* Por Fabio Ladetto, expresidente de FOPEA.
Si los fines del siglo XIX sirvieron de forja para crear el periodismo gráfico contemporáneo con sus principios y premisas. Si desde mediados del siglo XX la televisión comenzó a tener preeminencia en los hogares desplazando a la radio, si a partir de comienzos de la era que vivimos internet parece un huracán que arrasa con todo, vale preguntarnos qué vendrá en la profesión en la próxima década, en tiempos en que los plazos de los cambios se acortan velozmente. Podemos presuponer que nadie tendrá la respuesta certera, pero hay señales al parecer irreversibles que atender, y que generan alerta, alarma y desasosiego en quienes ponen el cuerpo diariamente para informar.
Desde hace dos décadas, pero agravado a partir de la pandemia de covid, nos encontramos con grandes plantas impresoras ociosas por la caída estrepitosa de la venta de las publicaciones en papel,
con un abandono total de la actividad gráfica y un progresivo fortalecimiento simultáneo de los proyectos editoriales en formato audiovisual y digital. Nada de lo nuevo llega a compensar los ingresos que provenían de lo viejo: ahora los grandes aportantes de fondos terminan siendo Facebook y Google, por lo que los medios transmutaron en productores de contenidos que terminan distribuyendo otros y no quienes la transmiten por sí mismo.
La inversión en el diseño de grandes redacciones, que se extrañan entrañablemente hace ya años, es inexistente; todo indica que lo que se gaste irá a otros sectores, y no parece orientarse a mejorar un periodismo anclado en la dictadura virtual del click, cuya máxima aspiración será retroalimentar un mismo circuito de convicciones y que no se animará a desafiar con una mirada diferente de los hechos, ante el miedo de que la cadena de likes se corte. Se justificará –hasta quizás con sólidas razones contables- en la necesidad de subsistir, pero lo cierto es que profundiza el abandono a las viejas reivindicaciones que la prensa levantaba, incluyendo la aspiración de “marcar agenda”, tener opinión editorial propia y relevar lo que pasa y alguien quiere ocultar (en vez de repetir con mínimos agregados lo que ya circula por todos lados). Y en esa asfixia, cada vez más se achica el bolsillo del trabajador de prensa, verdad de Perogrullo en la cual no tiene mucho sentido abundar. ¿Cuántos colegas alcanzan a rozar la cobertura de la canasta básica?
La recurrente expresión de que el periodismo está en crisis está tan repetida que quedó vaciada de contenido. Quizás “estar en crisis” sea connatural a la profesión y le dé su impulso vital para existir. Bien vendría ser parte del debate de cómo salir de ella, que no debe quedar anclado a los balances económicos sino que tiene una dimensión social y una responsabilidad empresaria que excede los números. Pero -además- cuando esa constante crisis golpea a los periodistas de carne y hueso en sus condiciones laborales y de remuneración dignas, necesarias para su subsistencia (y la de sus afectos y entornos), se entra en otra instancia.
Y este aspecto de lo cotidiano tiene una trascendencia que excede lo individual. Recibir un sueldo justo y acorde al trabajo realizado, tal como lo señaló en su momento el maestro Javier Darío Restrepo en sus consejos desde la primera reunión de una incipiente FOPEA en La Boca, alcanza una dimensión ética. No sólo está reservado el reclamo salarial a las lides sindicales, que lo activará como les corresponda hacerlo, sino que atraviesa toda la vida profesional en cuanto hace a las condiciones básicas de respeto por sí mismo y por el otro.
“Una de las vulneraciones más frecuentes es cuando al periodista le pagan salarios de hambre -dijo Restrepo en 2010 en Bolivia, durante una charla con periodistas en Cochabamba- y lo ponen al borde del soborno o de hacer trampas. Una persona con un salario de hambre tiene que luchar por su supervivencia y entonces es cuando se vuelve más vulnerable a las tentaciones de recibir dinero de donde no debe recibir, eso se convierte en una violación radical, no sólo del derecho de justicia sino a la dignidad profesional. Recibir un salario digno es un derecho fundamental, y las pasiones no se dan en seres angelicales que no beben ni comen o que paguen arriendos, es una pasión que tiene que ser sostenida por los derechos fundamentales”. Y sigue:
– “El periodista no está para hacer publirreportajes o publinotas; que lo hagan los publicistas”.
– “El único jefe del periodista es el lector o el oyente”.
– “Hay que tomar en cuenta que lo ético y la calidad marchan a la par en el periodismo. La ética incluye compromiso con la verdad, responsabilidad e independencia”.
VOCES CONCURRENTES
El colombiano no es el único experto que hace referencia a parámetros que vinculan aspectos centrales de la profesión con sueldos justos y suficientes. “No se me olvida cuando con insistencia se recalcaba que la remuneración que se hace a los comunicadores es regular y en algunos medios, mala. Y que esta situación contribuía de alguna manera al rompimiento de la Ética de muchos comunicadores, porque dejaban de ser responsables con su labor social de informar objetiva e imparcialmente para poner a la venta al mejor postor el mensaje que producen (…). La Ética y responsabilidad en las informaciones es ante todo honestidad y los comunicadores sociales no podemos ejercer el periodismo desprovistos de valores. Le hacemos daño a la conciencia de nuestro pueblo desinformándolo o pintando la realidad falsamente”, escribió Edgar Tatis Guerra en “Se necesitan periodistas honestos” (artículo en el libro “Ética y responsabilidad”, editado por la Fundación Konrad Adenauer en 2000).
En ese contexto el Gobierno nacional mantiene la misma hipocresía de los anteriores de utilizar la pauta oficial (con una obligación de difundir las acciones de Estado y las campañas de bien público como vacunaciones o prevención de enfermedades, por ejemplo) como un sistema de premios y castigos, aunque quizás de una forma aún más oculta que otras veces. Bajo la excusa de la escasez de fondos, hay un fluir de recursos a unos y no a otros, en vez de poner en debate un mecanismo transparente y honesto, como se viene pidiendo desde hace años. Todo esto independientemente de los reiterados insultos, ataques y descalificaciones harteras e infundadas al conjunto de la profesión por parte de funcionarios, desde la cúpula del poder derramando hacia abajo, como ha relevado FOPEA.
Como advertía Rubiales hace 15 años, vivimos un vaciamiento de periodistas en los medios, con despidos, retiros voluntarios, renuncias y otras opciones que terminan siendo lo mismo: cada vez somos menos; y cuando hay un reemplazo, el que llega tiene que recorrer un extenso camino de capacitación (de años, incluso) para terminar de incorporar los recursos de la profesión. Por ello es que el español advertía: “la gran incógnita es saber si ese nuevo periodismo será veraz o mentiroso, ético o depredador, libre o esclavo, aliado del ciudadano o del poder”.
No es cuestión de edad, entre los viejos y los nuevos periodistas. No es cuestión de soporte, entre el papel y lo digital. No es cuestión de elección, como si diese lo mismo una u otra alternativa. No es cuestión de contables, que ajustan resultados económicos; del poder (en sus diferentes manifestaciones) que siempre sueña con voceros baratos y cómplices; de autoritarios que sólo buscan que le den la razón; de mesiánicos que necesitan de la adulación para sentirse fuertes. La respuesta es cuestión de cada uno de nosotros, y la tendremos con el tiempo.
“Es deber de los periodistas defender la libertad de información no por interés propio ni gremial, sino porque es una necesidad de la sociedad (…). -Su misión es- abrirle los ojos a la sociedad sobre el peligro que tiene que en una sola persona concentre todos los poderes. La prensa tiene como función fundamental fiscalizar a los poderes, y si el poder restringe la capacidad fiscalizadora de la prensa, la está desnaturalizando. El periodista tiene que ser un constructor de ciudadanía”, aseveró Restrepo en la conferencia citada.
Muchos de los que dejan la profesión hacen un salto al vacío, muchas veces justificando la decisión en la necesidad de cobrar un buen sueldo. Se transforman en asesores de políticos o comunicadores de empresas, labores que tienen su dignidad propia pero que no deben confundirse con el periodismo que defiende FOPEA. Hay, incluso, algunos que hacen lo mismo pero sin dejar sus puestos en la prensa, lo que implica un engaño siniestro, un ardid tramposo, una burla al público. Por eso, como siempre, levantar las banderas éticas hace a la democracia que reivindicamos. Y reclamar tener una remuneración acorde a nuestras funciones cívicas, también.
“El periodismo necesita un debate profundo a nivel mundial que aclare lo que significa ser periodista y si pueden ser considerados como tales los que ejercen la profesión al margen de la independencia y de la verdad, tras haber tomado partido y decidido beneficiar únicamente al propio bando, fabricando verdades convenientes o difundiendo una versión falsa e interesada del acontecer. En cualquier caso, el periodismo no puede seguir en su injusta indefinición actual, admitiendo en su seno sin distinguirlo y con el mismo rango a los que mueren por defender las libertades y los derechos humanos y a los que no ven otra verdad que la que proclaman sus amos”, aporta Rubiales.
FOPEA siempre busca renovar desafíos. Acá hay uno más.